Punta Indio: la costa sobre el mar dulce
Somos Barby y Ema, una pareja de jóvenes ingenieros de la UTN. Compartimos la pasión por viajar y nos encanta la fotografía. Como vivimos y trabajamos en Buenos Aires, con su ritmo acelerado e intenso, para despejarnos de la rutina a veces buscamos alguna escapada rápida, no muy lejos de Capital Federal. Uno de esos fines de semana, tomamos un mapa y un punto situado hacia el sudeste sobresalía ligeramente de la costa del Rio de la Plata: Punta Indio. Tiempo atrás habíamos escuchado de esta localidad, con un entorno muy natural y apacible, con uno de los cielos estrellados más bonitos.
Se encuentra a 160 km de Buenos Aires, pegado a la ruta 11 y es turísticamente hablando, la localidad más importante del distrito homónimo. Es un poblado pequeño, con casas muy dispersas. Abunda la tranquilidad y el verde, la señal de internet es nula, por lo que estar allí es desenchufarse del mundo digital. Los caminos de tierra se extienden de forma laberíntica, rodeados por árboles frondosos que los envuelven, creando bellos túneles. La rivera de Punta Indio está bañada por las aguas del Rio de la Plata, donde alternan extensos juncales, bajos acantilados barrosos y tramos de playa arenosa.
Al llegar, buscamos un lugar para acampar y reconocer la zona. Comenzamos por el muy concurrido Balneario El Pericón, al sur de la localidad. Tiene playas bonitas, una feria de feria de artesanías, y el centro de información turística donde pudimos conocer la historia del pueblo, hallazgos de fósiles y nos invitaron a los eventos del fin de semana. La mayoría tienen un fin benéfico, y si es febrero se puede disfrutar del carnaval en versión local. En la zona, está el muy pintoresco monumento del Indio, hecho con hierros y materiales donados por los vecinos, como homenaje a los nativos querandíes que habitaron antes estas tierras, siendo esta estatua un icono. Le sacamos una foto y seguimos camino.
En Punta Indio, viven aproximadamente 700 personas de manera estable, aunque ese número se incrementa los fines de semana y en temporada por el turismo. Es un pueblo pequeño, con restos de lo que fue su esplendor, allí permanece el Hotel Argentino que se construyó en 1934, con 74 habitaciones, 35 baños, salón restaurante de cocina internacional y casino privado. Han pasado por esos pasillos figuras de la política nacional y del espectáculo. Hay un mito que dice que allí se escondió oro nazi y que, incluso, estuvo escondido Adolfo Hitler. Sin embargo, hace varias décadas, el edificio ya no es el símbolo de la alta sociedad sino de la erosión costera.
La zona es compleja a nivel climatológico, las sudestadas y temporales suceden a menudo y va en aumento por el cambio de las corrientes marinas y el crecimiento del río. Así, todo el apogeo y construcciones de hoteles lujosos de una época pasada quedaron a la deriva por el afán de la naturaleza cambiante y fueron abandonados a su suerte. El Hotel Argentino es hoy conocido por historias paranormales y también barcos fantasmas ardiendo en el río o aviones cayendo en picada. Sólo queda los restos de escombros y sus cimientos en ruinas, con los recuerdos de matices difusas con el tiempo.
El mar y el humedal intermareal de la zona, sometidos a la acción de las corrientes y el oleaje provocaron cambios evidentes a lo largo de los años sobre la costa. El espacio para caminar en la playa se vuelve angosto en algunas zonas, los juncales forman enormes médanos en otros sectores. Al recorrer la ciudad podrás divisar caminos sin salida, que antes se dirigían a la costa hoy en retroceso por la erosión del agua. Hay árboles caídos, vencidos por el oleaje continuo, y en la costa es común ver palmeras sobresaliendo sobre un pequeño trozo de tierra, con muchas de sus raíces expuestas, resistiendo y adaptándose a la naturaleza de la zona. Algunas palmeras pelean su permanencia en el pedazo de tierra que tienen y dejan al descubierto sus raíces, la lucha de la naturaleza y su adaptación a los cambios, simplemente un maravilloso paisaje marino.
Aunque este comportamiento marino también trae consigo un ambiente ideal para la pesca, donde en algunas situaciones los peces quedan atrapados en piletones naturales, o incluso, en los cercos de las casas de la zona. En otoño los Pejerreyes son numerosos, porque las sudestadas que se producen traen piezas buenas en cantidad y en calidad. En el verano se pueden encontrar Bagres de Mar, Moncholos, Lisas y otras especies. Muy cerca, la Bahía de Samborombón seduce a los amantes de la espera por el pique con la posibilidad de capturar corvinas negras, mientras que los arroyos internos que circulan por el Partido de Punta Indio son otra alternativa, siendo la tararira la especie más abundante.
Lo que hace único a Punta Indio es su mar de agua dulce, una rareza y la joya escondida de Buenos Aires. Su agua es de color oscuro por el sedimento propio del rio, pero no hay contaminación como en el resto de las playas del Rio de La Plata. Los juncos verdes se mueven con el movimiento del viento, mientras descansa sobre la arena la fauna escondida. Un pedacito de paraíso a tan solo 3 horas de viaje en auto. El camino más conveniente es por la ruta 36, luego se debe girar en la ciudad de Verónica, y continuar unos 30 minutos hasta la costa. Antes de llegar al pueblo cruzarás con la Base Aeronaval Punta Indio, que se inauguró en 1925, como acción de estrategia de Argentina de defender la entrada al río de la Plata.
Esta zona de la costa se encuentra protegida dentro de la Reserva de la Biosfera Parque Costero del Sur, declarada por Unesco como Reserva Mundial de Biosfera. El Parque se extiende por los partidos de Magdalena y Punta Indio, a lo largo de 70 km de largo por un ancho de 5km promedio. Su ingreso es gratuito, y en los alrededores de la localidad existen varios senderos que a recorren. Estos se interceptan en un bello mirador central, una torre construida con troncos que se eleva en medio de la vegetación. Tiene capacidad para dos personas, y desde allí se aprecia una extensa llanura arbolada sin fin.
Allí podrás ver árboles del bosque: Tala, coronillo, sombra de toro, tabanero o molle, y animales como: gaviotas, garzas, chorlos, teros, cigüeñas, chajaes, cardenal, zorro gris, chimangos, caranchos, gavilanes, tucu.tucus, lagartos y culebras. La mariposa bandera, así llamada por el color de sus alas albicelestes, puebla estos senderos. El sendero es magnífico, la vegetación exuberante te lleva a otra realidad, el contacto directo con la naturaleza y su belleza simplemente cumplen con lo esperado: relajarse y disfrutar. Un lugar obligatorio para la agenda sin duda.
El atardecer se acercaba, volvimos al auto y con el mate bajo el brazo, nos dirigimos a la playa norte. Allí, las aguas son poco profundas y uno puede adentrarse cientos de metros sin que el agua llegue a tus rodillas. La marea comenzaba a subir, uniendo la multitud de pequeños charcos. En la zona crecen muchos juntos, era el atardecer y el crepúsculo nos regaló algunas nubes que pintaban el cielo en colores. Tomamos la cámara y jugamos con las suaves olas, los juncos agitados por la brisa, y los colores del atardecer. Desde allí fuimos al festival de la gente lugareña, cenamos y escuchamos música, hasta que fuera la hora donde la luna se ocultaría.
La noche silenciosa y oscura se llenó de estrellas, se podía divisar con facilidad los planetas y las constelaciones. No había nubosidad y el viento cesó, la noche era la perfecta. En la oscuridad y con complicidad comenzamos a configurar los parámetros de nuestra cámara Nikon y plasmar en ella ese cielo increíble que veíamos tan claramente. Los ruidos en los arbustos y todas esas historias de fantasmas no nos acobardaron. Caminamos entre la vegetación del paraje, buscando alejarnos mas y mas de la luminosidad artificial. Un árbol nos encontró en el camino del encuentro de la vista con la vía láctea, su esplendor y el realce de luces a lo lejos sobre el mar era lo que buscamos. Luego nos quedamos en el pasto, acostados mirando el cielo, buscando alguna estrella fugaz y anonadados por tanta magnificencia.
Pronto el amanecer apareció e iluminó lentamente el mar y su oleaje. El sol de color rojo furioso coloreó el agua hasta su sin fin. Las voces que habíamos oído horas atrás no estaban, la fiesta en la playa había terminado, éramos los únicos en la costa.
Volvimos al camping, dormimos un poco y comenzamos nuestro camino a casa con la mirada brillosa y una sonrisa en el rostro, para nosotros eso fue felicidad y maravilloso. Habíamos descubierto un nuevo lugar, cercano y pacífico, donde poder respirar aire puro y estar juntos en la naturaleza.